Pierdes el turno

Tengo una amiga con la que siempre terminamos hablando de temas profundos, de crecer, de evolucionar, de entendernos un poco más. Con casi todas mis amigas es así, pero con ella en particular nuestras charlas van siempre hacia lo mismo: nos sentimos perdidas. Sabemos lo que queremos, pero no sabemos cómo llegar ahí.

Es una sensación extraña. A nuestra edad, ya no somos chicas, pero tampoco nos sentimos del todo adultas. Es como estar en una tierra de nadie. Miramos a nuestro alrededor y vemos conocidos con títulos universitarios, con trabajos estables y bien pagos, con casas propias, con hijos, casados, independientes… y yo acá, sintiéndome atrapada en el mismo casillero del juego.

Porque, de cierta forma, la vida se siente como un tablero con reglas preestablecidas:
Vas a la escuela.
Estudiás la mitad de tu vida.
Te graduás y trabajás de lo que «te gusta» (o no).
En el medio, encontrás pareja.
Te casás.
Tenés hijos.
Fin.

Pero, ¿qué pasa cuando te salteás un paso? ¿Retrocedés? ¿Te quedás atrapado?

Estudié cuatro años de Medicina en Argentina, hasta que me di cuenta de que no estaba segura de querer seguir con esa carrera. Me gustaba, sí, pero no era lo que realmente quería. Entonces, mientras todos seguían avanzando en el tablero, yo me quedé ahí, en un “pierdes el turno” infinito. Como si me hubiera quedado sin dado para seguir jugando.

Algo parecido pasó cuando terminé mi relación de seis años. Otro dado perdido. 

Inmigrar a otro país, ¿significa que comencé el juego de nuevo? Pero esta vez, en un idioma que todavía no entiendo, con reglas distintas y rodeada de jugadores que parecen llevar ventaja desde hace mucho tiempo. 

Hablando con otras personas, me doy cuenta de que no soy la única que se siente así. Hay muchos que sienten que se quedaron atrapados en una casilla mientras los demás avanzan. Como si la vida fuera un juego en el que algunos tienen todas las fichas y otros están atascados sin poder moverse.

Tal vez la clave no sea ganar ni llegar primero, sino encontrar nuestro propio camino, a nuestro propio ritmo. En lugar de seguir esperando el dado perfecto, ¿qué tal si empezamos a movernos con lo que tenemos? Si el tablero no nos gusta, podemos cambiarlo. Si las reglas no nos sirven, podemos inventar otras. Al final, lo único que importa es que el juego tenga sentido para nosotros.

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