A medio vivir.

A veces me agarra la nostalgia y extraño a mi yo de niña. Extraño escuchar a mi mamá poner a Ricky Martin a todo volumen mientras planchaba o limpiaba. No sé si lo hacía para despejarse de sus pensamientos o para hundirse más en ellos. Me acuerdo que me molestaba porque no podía escuchar nada más: ni los dibujitos, ni el ruido de la calle, solo Ricky Martin retumbando en cada rincón.

Hoy soy yo la que pone Ricky Martin a todo volumen, intentando viajar en el tiempo. Cierro los ojos y, por un momento, casi puedo sentir el olor a TKT que mamá le echaba a la ropa mientras planchaba, casi puedo escucharla cantando a los gritos, desafinando sin importarle nada y no sabiéndose las canciones por más que sea la vez 3000 que las escuchaba. Casi puedo verme a mí misma, tirada en el piso blanco y negro, jugando, discutiendo con mis hermanos o molestando a mama. Pero cuando abro los ojos, todo vuelve a la realidad. Ya crecimos… 

Por eso, subo un poco más el volumen. Como si la música pudiera traerme de vuelta, aunque sea por un instante, a ese tiempo en el que éramos chicos, en el que la vida era mas simple y que buscar mi camino no significaba estar tan lejos de papá y mamá. A esas tardes en las que estábamos todos en casa, enredados en risas, peleítas tontas y el eco de un pasado que, sin darnos cuenta, se nos fue de las manos. 

Me siento muy afortunada de la familia que tengo. No somos perfectos, ¿qué familia lo es? Pero, a nuestra manera, lo somos. Mamá, con su sentido del humor acido que a veces nos hace rodar los ojos, pero sin el cual nada sería lo mismo. Papá, siempre tratando de apaciguar las cosas, y con sus caracteristacas charlas de papá. Dana, que bueno… es Dana, con su sentido de justicia inquebrantable y esa mirada de pocos amigos que esconde el corazón más noble. Nare, siempre firme en sus pensamientos y creencias, dispuesta a luchar por lo que considera justo. Y Mateo… ¿en qué momento creció tanto? Ya es un hombre, pero en mi cabeza sigue siendo mi hermanito chiquito, el que correteaba siempre con la pelota entre los pies. 

Y aunque la casa ya no sea la misma y la vida nos haya llevado por distintos caminos, seguimos siendo nosotros. Porque la familia, la de verdad, no se mide en distancia ni en el tiempo que pasa, sino en el amor que la mantiene unida.

Y siempre que el presente se sienta un poco extraño, sé que puedo subir el volumen, cerrar los ojos y dejar que Ricky Martin me lleve de vuelta a casa, aunque sea solo por un instante. Porque en esos momentos, el tiempo se detiene y, aunque todo haya cambiado, sigo siendo la misma, la misma niña escuchando a su mamá cantar a todo pulmón Ricky Martin sin saberse la letra.

Deja un comentario