De repente volví a sentir mariposas en la panza cuando me llega un mensaje. A sonreír como tonta frente a una pantalla. Y no, esta vez no es por un libro.
Llegó en un momento en el que no creía que podía sentir esto otra vez. Me había refugiado en mis historias favoritas, en los personajes que me hacían soñar, en los amores escritos que no decepcionan. Me había convencido —o tal vez me convencieron— de que era mejor así. Que mi forma intensa, cursi, romántica y profunda de sentir no era del todo bienvenida en este mundo tan apurado y práctico.
Pero alguien empezó a entrar. No con promesas ni fuegos artificiales, sino con calma. Y sin saberlo, fue ayudándome a sanar partes de mí que todavía dolían. Esas fisuras que arrastramos sin hacer ruido. Esas que a veces creemos que tenemos que esconder. Como si sentir mucho fuera un defecto. Como si soñar en voz alta fuera un riesgo.
Y lo más lindo de todo esto, es que lo que más me gusta… soy yo.
Mi forma de posicionarme frente a este posible vínculo. Lo tranquila que me siento. Lo mucho que estoy disfrutando este proceso, sin urgencias, sin apurar nada. Solo conociéndonos, paso a paso, viendo si nuestros caminos van hacia la misma dirección.
Hoy agradezco. Porque, aunque no sé en qué va a terminar esta historia, sí sé que me está dando una oportunidad hermosa: la de reencontrarme conmigo. De descubrir nuevas versiones de mí. De volver a creer que sí, todavía se puede sentir así.
Y sí… tengo un poco de miedo.
Miedo de ilusionarme y caer, de mostrarme tal como soy y no ser suficiente, de que no sea mutuo.
Pero también tengo ganas.
Ganas de sentir, de compartir, de confiar.
Y en este momento, con todo eso latiendo al mismo tiempo, elijo avanzar despacito, con el corazón abierto y los pies en la tierra.
Porque incluso con miedo, me sigo eligiendo a mí.

Deja un comentario